jueves, 5 de julio de 2012

"Quédate una noche más, por favor" fue lo último que dijo, se lo dijo con la voz temblorosa, quebrada por los llantos, una voz débil, casi muerta e impregnada del miedo a perderla por siempre. La acarició en un suspiro como quien acaricia algo demasiado frágil con miedo de romperlo. Apenas la rozó con los ojos, se mojó los labios y contuvo la respiración para que ningún ruido perturbara aquel silencio virgen que se había instalado entre ellos, pero los latidos apresurados de su corazón lo interrumpían retumbando en cada esquina, descompasados, nerviosos, latidos huecos de un corazón que gritaba que ella lo estaba matando. Y por eso mismo, porque él no merecía eso ella se marchó, ella no merecía más de él, no merecía más felicidad, había tenido todo de él, había estado a tres respiraciones de sus labios, tan cerca que podía apreciar lo maravillosa que era su boca o como sus ojos buscaban los suyos antes de decir que la quería. Le había regalado recuerdos demasiado especiales, que ella no merecía, había marcado demasiadas canciones, demasiados lugares, demasiados sentimientos. A veces es mejor poner un punto y final a tiempo para no ensuciar un recuerdo demasiado bonito, y a ella, a ella le bastaba el recuerdo de haberle tenido entre sus brazos y haber sentido su piel como la propia. Se sentó en aquella calle que nunca volvería a recorrer, era una noche calurosa, la madrugada se mezclaba con el amanecer, dio una calada a un cigarro que minutos antes había estado entre sus labios, buscó su sabor pero se había esfumado, se quedó observando el cielo, respirando en la tranquilidad de la noche, ceniza en la falda, y rímel corriendo sin  un porqué concreto. Él ya no estaba. Eso era así y no había vuelta atrás, no más daño. No más dolor ni más marrones, ni siquiera el de sus ojos.


Texto de : http://cocacolaenlasvenas.blogspot.com.es/

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